viernes, 10 de junio de 2011

La Eterna Amenaza de una Peste

  
Grandes brumas cubrieron el cielo. Lluvias torrenciales y breves cayeron sobre la ciudad. Un calor tormentoso siguió a aquellos bruscos chaparrones. El mar incluso había perdido su azul profundo, y bajo el cielo brumoso tomaba reflejos de plata o de acero, dolorosos para la vista.
                                                                                                 Albert Camus, La Peste


Los cajeros del Banco Provincial del centro de Barinas especialmente las mujeres,  bajaban las miradas un tanto inquietas por el tapabocas ordenado por la gerencia. Los usuarios apretujados en la larga cola sentían la tensión de una atmósfera cargada de incertidumbre. Nadie se atrevía a toser o a estornudar, porque ello equivalía a ser mirado como portador de la peste. La ah1n1 venía en aumento según fuentes extra oficiales. No obstante el público no sabía a que atenerse porque un diario amarillista tituló “Lo que viene es porcina” mientras que el Ministro de Salud era claro en desmentir reiteradamente  cifras  que consideraba “malintencionadas sensacionalistas y desproporcionadas”. – Recuerden a López Contreras, “calma y cordura” – dijo a los periodistas para despedirse en medio de una broma. 


En tanto en el banco una señora comentó a su vecina de la cola – Yo no conozco a nadie que le haya pegado esa porcina, mi abuela me contaba lo de la gripe española, esa si fue terrible y mató mucha  gente-

Todos la miraron pero nadie quería seguir un ingrato tema que se unía a los ya numerosos de las últimas semanas, que se exprimían  hasta el cansancio por  los medios de comunicación. Una muchacha recordó la higiénica recomendación de no tocar los objetos de uso público como pasamanos y barandas porque podían albergar las bacterias asesinas causantes  de la enfermedad, por lo tanto quisquillosamente se frotó las manos al recordar que había estado poniendo las manos en una pared a la que algunas personas se apoyaban.

En ese preciso momento entró al banco un señor pañuelo en mano. Se le notaba nada más y nada menos que una soberana gripe llorona.  Aparentaba no estar muy informado de la temática en boga,  porque no prestaba atención a quienes le dispensaban miradas de grima. El señor guardó el pañuelo mojado y sacó uno nuevo dirigiéndose a los presentes para pedir un bolígrafo prestado. Por toda contestación obtuvo una seca  pregunta formulada por una señora, quién no disimulaba mientras lo escudriñaba de arriba a abajo interponiendo una buena distancia ¿Señor, usted ya se hizo el examen?  ¿Cuál examen? respondió sorprendido por su impertinencia. Ésta se limitó a mirar a todos,  encogiendo los hombros ante la supuesta ignorancia asumida por el acatarrado. Sin embargo, el recién llegado a pesar de su constipación lucía una  sonrisa de oreja a oreja, por lo que cabía concluir que nadie con este insufrible virus puede andar con un ánimo tal, cercano a brincar en una pata. Eso fue lo que pensaron todos, que uno a uno y con la paciencia de Job cumplían con los trámites de la maratónica cola. Salir y respirar el aire puro, sentir el Sol en la cara fuera del banco no tenía precio. Ese era el mayor consuelo para olvidar por un momento la eterna amenaza de una peste. 

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