“Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”
Marc Bloch, Historiador

Al día siguiente optó por un cambio, no se echó brillantina y apenas salió de su casa se sacó la camisa, había visto que así andaban los más altos y rebeldes. En los primeros días de clase todo transcurrió normalmente, pero a las semanas los más bochincheros y revoltosos fueron sacados por los profesores del aula de clase y remitidos a la seccional, -yo también quiero ser expulsado- pensó para sus adentros, los que así procedían se ganaban el respeto de sus compañeros.
Uno de los primeros problemas de su bachillerato, fue cuando el profesor de “Inglés” Marcos Orellana realizó un examen y pidió que se lo entregaran -Es sólo una prueba corta, no tienen que tardar tanto- dijo irritado ante la indiferencia de la mayoría, remolones a cumplir la orden. El docente con impaciencia recorrió todos los pupitres recogiendo la prueba, pero cuando llegó el turno de José Gregorio se encontró con la mirada de un basilisco, que lo retó a quitarle el examen. El profesor se sorprendió por su extraño comportamiento y lo increpó.- ¿Qué te pasa?, ¡pero si eras de los mejores!, bueno, te me vas para seccional- José Gregorio cumplió rezongando, dejando ver una sonrisita de satisfacción. Había logrado un caro objetivo, sacar de las casillas a uno de sus profesores. Caso contrario ocurría en la asignatura “Castellano y Literatura” dictada por el profesor Jesús Martínez, él tenía otra conducta. Se hacía la vista gorda si algunos no tomaban los apuntes, y además no sometía a los alumnos a realizar una fila antes de la clase -Eso es para “carajitos”- opinaban los muchachos, que lo premiaban riendo sus chistes. El “antiparabolismo” del profesor había logrado una profunda empatía con sus estudiantes.
En el siguiente año escolar José Gregorio era otro. Su melena ya le llegaba a los hombros, auténtico “trofeo de guerra” que había sobrevivido a las amenazas paternas. También su manera de caminar y hablar sufrió cambios sustanciales. El “tumbao” con el que se desplazaba a la perfección, y un exquisito acento “malandreao” derretía a sus compañeras. En esto ayudaba poderosamente su nueva “pinta”, que consistía en camisas bombachas y floreadas, pantalones acampanados y zapatos machotes. Sus amigos no eran los de antaño, con quienes jugó metras, y elevó papagayos. Sus nuevos amigos visitaban su casa, y dejaban sordos a todos al utilizar el tocadiscos para poner música estridente. -¡Y que se llama Rock!, música para drogadictos es lo que es-rumiaba su padre al no poder dominarlo. El recuerdo de estos regaños revivía casi cuarenta años después, al observar con afecto al último de sus hijos de catorce años. Comenzó a perorar completamente solo -De nuevo está de moda el pelo largo, pero otros siguen con los pinchos, hasta hace poco se pintaban y se rapaban. ¡Qué carajo, es el espíritu de los tiempos!-
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