viernes, 10 de junio de 2011

EL ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS

“Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”

Marc Bloch, Historiador

José Gregorio Valderrama sintió que una nueva vida comenzaba. Su pantalón  caqui y su camisa blanca lo identificaban con su nueva situación escolar. Atrás dejaba la primaria y con ella la  niñez. Ahora se le ofrecía  el momento de un mundo distinto, donde la autonomía personal era lo más importante. Al llegar a la plazoleta adyacente al  Liceo O´Leary observó bellas muchachas, quienes lucían faldas azul marino con tachones. El llevaba el pelo corto y de paso solía robarle brillantina a su papa para peinarse. Pero ahora había algo que no cuadraba,  en  los muchachos estaba de moda el pelo largo, por lo que él allí parecía un “bicho raro”. Tenía que hacer algo para estar a tono con los demás.

Al día siguiente optó por un cambio, no se echó brillantina y apenas salió de su casa se sacó la camisa, había  visto que así andaban los más altos y rebeldes. En los primeros días de clase todo transcurrió normalmente, pero a las semanas los más bochincheros y revoltosos fueron sacados por los profesores del aula de clase y remitidos a  la seccional, -yo también quiero ser expulsado- pensó para sus adentros, los que así procedían se ganaban el respeto de sus compañeros.

Uno de los primeros problemas de su bachillerato, fue cuando el profesor de “Inglés” Marcos Orellana realizó un examen y pidió que se lo entregaran  -Es sólo una prueba corta, no tienen  que tardar tanto- dijo irritado ante la indiferencia de la mayoría,  remolones a cumplir la orden. El docente con impaciencia recorrió todos los pupitres recogiendo la prueba, pero cuando llegó el turno de José Gregorio se encontró con la mirada de un basilisco,  que lo retó a quitarle el examen. El profesor se sorprendió por  su extraño comportamiento y lo increpó.- ¿Qué te pasa?, ¡pero si eras de los mejores!, bueno, te me vas para seccional- José Gregorio cumplió rezongando, dejando ver una sonrisita de satisfacción. Había logrado un caro objetivo, sacar de las casillas a uno de sus profesores. Caso contrario ocurría en la asignatura “Castellano y Literatura” dictada por el profesor Jesús Martínez, él  tenía otra conducta. Se hacía la vista gorda si algunos no tomaban los apuntes, y además no  sometía a los alumnos  a realizar una fila antes de la clase -Eso es para “carajitos”-  opinaban los muchachos, que lo premiaban riendo sus chistes. El “antiparabolismo” del profesor  había logrado una profunda empatía con sus estudiantes.

En el siguiente año escolar José Gregorio era  otro. Su melena ya le llegaba a los hombros,  auténtico “trofeo de guerra” que había sobrevivido a las amenazas paternas. También su manera de caminar y hablar sufrió cambios sustanciales. El “tumbao”  con el que se desplazaba a la perfección, y un exquisito acento “malandreao” derretía a sus compañeras. En esto ayudaba poderosamente su nueva “pinta”,   que consistía en camisas bombachas y floreadas, pantalones acampanados y zapatos machotes. Sus amigos no eran los de antaño, con quienes jugó metras, y elevó papagayos. Sus nuevos amigos visitaban su  casa,  y dejaban sordos a todos al utilizar el tocadiscos para poner música estridente. -¡Y que se llama Rock!,  música para drogadictos es lo que es-rumiaba su padre al no poder dominarlo. El recuerdo de estos regaños revivía casi cuarenta años después, al observar con afecto al último de sus hijos de catorce años.  Comenzó a perorar completamente solo  -De nuevo está de moda el pelo largo, pero otros siguen con los pinchos, hasta hace poco se pintaban  y  se rapaban. ¡Qué carajo, es el espíritu de los tiempos!- 

La Eterna Amenaza de una Peste

  
Grandes brumas cubrieron el cielo. Lluvias torrenciales y breves cayeron sobre la ciudad. Un calor tormentoso siguió a aquellos bruscos chaparrones. El mar incluso había perdido su azul profundo, y bajo el cielo brumoso tomaba reflejos de plata o de acero, dolorosos para la vista.
                                                                                                 Albert Camus, La Peste


Los cajeros del Banco Provincial del centro de Barinas especialmente las mujeres,  bajaban las miradas un tanto inquietas por el tapabocas ordenado por la gerencia. Los usuarios apretujados en la larga cola sentían la tensión de una atmósfera cargada de incertidumbre. Nadie se atrevía a toser o a estornudar, porque ello equivalía a ser mirado como portador de la peste. La ah1n1 venía en aumento según fuentes extra oficiales. No obstante el público no sabía a que atenerse porque un diario amarillista tituló “Lo que viene es porcina” mientras que el Ministro de Salud era claro en desmentir reiteradamente  cifras  que consideraba “malintencionadas sensacionalistas y desproporcionadas”. – Recuerden a López Contreras, “calma y cordura” – dijo a los periodistas para despedirse en medio de una broma. 


En tanto en el banco una señora comentó a su vecina de la cola – Yo no conozco a nadie que le haya pegado esa porcina, mi abuela me contaba lo de la gripe española, esa si fue terrible y mató mucha  gente-

Todos la miraron pero nadie quería seguir un ingrato tema que se unía a los ya numerosos de las últimas semanas, que se exprimían  hasta el cansancio por  los medios de comunicación. Una muchacha recordó la higiénica recomendación de no tocar los objetos de uso público como pasamanos y barandas porque podían albergar las bacterias asesinas causantes  de la enfermedad, por lo tanto quisquillosamente se frotó las manos al recordar que había estado poniendo las manos en una pared a la que algunas personas se apoyaban.

En ese preciso momento entró al banco un señor pañuelo en mano. Se le notaba nada más y nada menos que una soberana gripe llorona.  Aparentaba no estar muy informado de la temática en boga,  porque no prestaba atención a quienes le dispensaban miradas de grima. El señor guardó el pañuelo mojado y sacó uno nuevo dirigiéndose a los presentes para pedir un bolígrafo prestado. Por toda contestación obtuvo una seca  pregunta formulada por una señora, quién no disimulaba mientras lo escudriñaba de arriba a abajo interponiendo una buena distancia ¿Señor, usted ya se hizo el examen?  ¿Cuál examen? respondió sorprendido por su impertinencia. Ésta se limitó a mirar a todos,  encogiendo los hombros ante la supuesta ignorancia asumida por el acatarrado. Sin embargo, el recién llegado a pesar de su constipación lucía una  sonrisa de oreja a oreja, por lo que cabía concluir que nadie con este insufrible virus puede andar con un ánimo tal, cercano a brincar en una pata. Eso fue lo que pensaron todos, que uno a uno y con la paciencia de Job cumplían con los trámites de la maratónica cola. Salir y respirar el aire puro, sentir el Sol en la cara fuera del banco no tenía precio. Ese era el mayor consuelo para olvidar por un momento la eterna amenaza de una peste. 

EL PITCHER

"Del infortunio a la gloria, del éxito al fracaso. Pocos acontecimientos en la vida consiguen, como el deporte, recorrer en pocas horas los sentimientos de una muchedumbre."Jorge Valdano, futbolista argentino


Todas las tardes una pandilla de muchachos iniciaba un recorrido de  quince cuadras. Desde Caja de Agua caminaban la 5  de Julio rumbo a La Carolina. El estadio cobijaba a los aficionados a tres deportes. El campo de futbol  a la derecha, el de béisbol a la izquierda y en la parte de la tribuna destinado  a la prensa fue tomado para la práctica pugilística. Pero la muchachada del barrio iba por  la pelota caliente. El final de la temporada de ese año de la liga profesional estuvo espectacular. Roberto Marcano el jonronero de La Guaira,   con dos out en la novena entrada la sacó con las bases llenas dejando a los Leones en el terreno. La fiebre del béisbol estaba en su apogeo y hasta la gente del  futbol le tocaba sumarse a las “caimaneras”  de los fanáticos del deporte de Víctor Davalillo y César Tovar.

Ídolo del barrio Caja de Agua y de los estudiantes del O´leary  era el Pitcher Luís Salas. Un zurdo de potente brazo para quien lanzar curvas y rectas era igual, con ambos recursos hacía abanicar a los bateadores. – Es un predestinado para las grandes ligas- comentaban cargados de entusiasmo quienes le observaban desde las tribunas, y  generosamente apreciaban no sólo su talento de lanzador, sino también su carisma natural para ganarse el respeto y liderazgo entre sus compañeros.

Un sábado vino de visita el equipo de un liceo de Guanare. Ya la gente del Estado Portuguesa había escuchado sobre Luís,  porque hasta acompañaban al autobús carros particulares. Los muchachos sabían lo organizados que estaban los guanareños,  y por supuesto no se le quedarían atrás. Realizaron batidas por  el comercio consiguiendo algunos uniformes y hasta zapatos para béisbol. Nos tenemos que lucir- era el sentir unánime de quienes veían en el popular deporte un camino para la superación profesional- o por lo menos Luís, él si que tiene como llegar – decían algunos para cifrar sus esperanzas en su compañero de generación.

En el encuentro con Guanare todo sucedió según lo previsto. Luís practicó las diversas curvas que había estudiado en un manual. Conocía  que existen varios tipos de lanzamiento que realizan los pitchers de acuerdo a la manera como son efectuados, por la posición de la mano, la muñeca o el brazo. La disciplina y el empeño obtuvo de nuevo su recompensa y estuvo a punto de conseguir un “no hit, no run”, pero se descuidó y le golpearon un sencillo – otra vez será- sentenció con  la seguridad de que tenía el talento indispensable para lanzar contra cualquiera.

Como a la mayoría de los deportistas no entendía de política ni le interesaban vainas de ideología, pero eso si,  era solidario con sus compañeros y sus luchas, sobre todo a los que conocía en el liceo y desarrollaban mítines y reuniones en contra del gobierno. Una mañana al llegar a clases todo estaba paralizado. Como de costumbre supo de la represión contra el movimiento estudiantil en Caracas y Mérida. El allanamiento de la UCV,  y la muerte de varios compañeros de la ULA les colmaron la paciencia.  Algunos de sus amigos repartían panfletos,  y otros quemaban cauchos. Por algunas esquinas  merodeaba la policía con sus patrullas. A más de una cuadra desde la Plaza Bolívar se hicieron presentes pelotones de la Guardia Nacional amagando peinilla en mano. Todos le pidieron que les demostrara a los “sapos” la potencia de su brazo. Este no se hizo rogar  y los guardias retrocedieron ante la puntería del muchacho. Pero desde la otra esquina no advirtieron la presencia de otro grupo de militares. Estos se abalanzaron sobre ellos descargando  machetazos  a diestra y siniestra. El lanzador ante la embestida de uno de ellos metió el brazo izquierdo, pero la peinilla  llegó de filo haciendo saltar  tres dedos de su  mano. Lo más importante de su vida se había ido para siempre. Sin embargo, para nosotros seguirá siendo “El Pitcher”